lunes, 14 de octubre de 2019

Siempre que alguien me dice que nuestra existencia se la debemos a el azar no dejo de preguntarme quien creó el azar.
Cuando Dios creó al hombre pensó: "va a tener que trabajar… va a tener que morir… ¡uff que tenga imaginación al menos!."
Siempre que escribo en forma literaria creo estar escribiendo el Quijote. Me pregunto si a Cervantes le ocurría lo mismo.
No hay cita o aforismo que no haya escrito winston churchill, de hecho tengo dudas de que este no sea suyo.
Cuando me mezclo con la multitud siento el poder embriagador de la masa. Cualquier persona que se me acerca me recuerda a Séneca.
Para que una persona trabaje haciendo prácticamente lo mismo durante 50 años, 8 horas al dia y 5 días a la semana se necesita una absoluta certeza sobre la necesidad de ese sacrificio. Detrás de todo trabajador hay un hombre de fe.
Cualquier persona incapaz de dudar de sus creencias hace que se ponga en alerta mi cerebro reptiliano. Los músculos se me tensan y el corazón me empieza a latir muy rápido. Mi cuerpo se prepara inmediatamente para la huida.
La mayoría de las personas soporta un número determinado de verdades. Con las mentiras, en cambio, no pone restricciones.
La verdad es como el genio que destaca entre el barullo de los mediocres, claridad que molesta al intelecto oscuro, firma sin contrato entre un yo que reconoce a un tú en el mismo plano de una vida.
Ni mediante una relación de causa-efecto, ni mediante la lógica, ni tampoco de forma empírica podemos afirmar con certeza que Napoleón existió. Hemos oido o leído que existe y en esa prueba fundamentamos su existencia; Si esto hacemos con Napoleón, que no haremos con nosotros mismos.
Quién duda vive en el lado impar de las cosas; en el afilado punto cortante donde nada se detiene ni reposa. Y no hay ya rigor de hipotenusa que le calme ni afianzada ley moral que le detenga, gota que se sabe gota en un mar de irrealidades.